Como un mapa doblado que se despliega poco a poco, el
ser humano manifiesta un patrón de desarrollo característico para cada etapa de
la vida. Al llegar a la pubertad comienzan una serie de cambios físicos,
sociales y psicológicos. Esta transformación presenta desafíos típicos para los
jóvenes y sus familias. Para los hijos de inmigrantes la transición de niño a
adulto implica exigencias adicionales. En este artículo describiré, desde una
perspectiva psicológica, algunas de las características del desarrollo
adolescente en inmigrantes de segunda generación.
Cambios físicos
en la adolescencia.
El crecimiento y la aparición de las características
sexuales secundarias son notorios. En esta etapa la preocupación por una
alimentación nutritiva y saludable debe mantenerse, así como el cuidado de la
higiene personal. La educación sexual ocurre, en parte, en el colegio. Allí se
enseña sobre las enfermedades sexuales, la reproducción humana y los métodos de
control de la natalidad. Las escuelas públicas en Japón son laicas y en
consecuencia no hay un tamiz religioso-moral de la conducta sexual. En la
cultura latinoamericana, valores vinculados con una moral Cristiana han
normado, tradicionalmente, lo que es esperable de la conducta. También de la
mano de la religión, la sexualidad ha sido un tabú. Si los padres quieren que
sus hijos se vean influenciados por sus valores tradicionales, temas como la
sexualidad deben ser oportunamente conversados en familia. El amor, los
cuidados, la ayuda mutua, el respeto y la responsabilidad son, por ejemplo,
algunas de las dimensiones de la relación de pareja sobre las que vale la pena
conversar. Pero aún más importante que lo que se dice, es el ejemplo que damos
con nuestra conducta. El cuidado del comportamiento propio y la consideración
de su efecto sobre las demás personas son responsabilidades ineludibles de los
padres.
Cambios en el
pensamiento.
En la adolescencia el cerebro experimenta una
maduración que permite un pensamiento más complejo, abstracto y crítico. Los
jóvenes pueden considerar varias dimensiones de un problema y un pensamiento
más abstracto les permite acceder a cierto tipo de matemáticas y teorías. Los
jóvenes encuentran nuevos ideales y a veces se rebelan frente a las
convenciones. Esta rebeldía contribuye a la disolución de la identidad infantil
padres-hijo y empuja la exploración autónoma de la identidad adulta.
Identidad y
cultura.
La manera de ser, la forma describirse a sí mismo y
el rol en la sociedad son definiciones que se construyen a lo largo de la vida.
Uno de los procesos principales de la adolescencia es el fortalecimiento de
nuestra identidad. Para muchos es en la adolescencia cuando comienzan a
marcarse los propios gustos, valores y roles. Esto es importante porque
contribuye a la construcción de la autoestima y orienta la forma de vivir. Este
proceso está marcado por la experiencia en el seno de la familia y por la convivencia
en la sociedad. La forma en que las personas se presentan en la comunidad y la
percepción de los pares van moldeando la identidad. Para muchos hijos de inmigrantes, incluso habiendo
nacido en Japón, su nacionalidad y sus rasgos físicos distintos influyen en el
desarrollo de la identidad. En el mejor de los casos, los jóvenes encuentran la
forma de integrar elementos de ambas culturas y pueden usar "distintos
sombreros” según la situación lo demanda. En otros casos hay conflictos entre
las culturas y se termina abandonando la cultura de los padres. El conflicto
puede aparecer cuando los padres abogan por la cultura de origen mientras los
jóvenes se enfrentan desde la cultura dominante japonesa. Los padres han de saber que las posturas excesivamente
rígidas por imponer los valores culturales de sus países pueden promover el
conflicto y generar en sus hijos un estrés adicional al que ya experimentan por
el solo hecho de transitar la adolescencia. Ante el enfrentamiento de distintas
visiones del mundo y de costumbres, deben sostenerse los esfuerzos por mantener
la comunicación respetuosa y, en ciertas situaciones, puede ser recomendable
negociar ciertos límites. En cualquier caso, resulta conveniente para los
padres de adolescentes ejercer una autoridad razonada y razonable, explicada y
argumentada. A pesar de los conflictos que puedan aparecer, la
importancia de cuidar una buena relación entre padres e hijos no debe ser
subestimada. La rebeldía y el rechazo de los valores de la cultura de los
padres pueden ser temporales. Una buena relación familiar puede mejorar las
posibilidades de que, con el tiempo, los hijos logren apreciar aspectos de la
cultura de sus antepasados y se enorgullezcan de su herencia.
Por: Álvaro Carrasco.
Doctor en Psicoterapia
Sitio web: http://carrasco.jp
E-mail:
alvaro@carrasco.jp